Por James Kirchick*

La carrera política de Reagan estaba tambaleándose hasta que se apropió de este tema. “Nosotros lo compramos. Nosotros lo construimos. ¡Es nuestro!” Ahora, el presidente está reviviendo su argumento.
Incluso después de que habló de ello en su discurso inaugural, los expertos en política exterior seguían dudando si debían tomar en serio la obsesión del presidente Trump con el Canal de Panamá. Ahora que su secretario de Estado, Marco Rubio, acaba de exigir “cambios inmediatos” en el canal, ya nadie se está riendo —al menos nadie debería hacerlo.
La fuente aparente de la preocupación de Trump es que, como dijo en su discurso, “China está operando el Canal de Panamá, y nosotros no se lo dimos a China”.
Es cierto que una empresa con sede en Hong Kong opera puertos en los extremos Atlántico y Pacífico de la vía fluvial. Esto le da a China un asidero que los autores del tratado para ceder el canal a Panamá nunca contemplaron. Pero no es lo mismo que “estar operando” el canal; eso lo hace la Autoridad del Canal de Panamá, un organismo autónomo.
Si la posición de la empresa de Hong Kong crea una palanca que China podría usar contra los EE.UU. es, sin embargo, un asunto debatible. Lo que no es debatible es la creencia de Trump en que podría serlo. Como repitió tras la visita de Rubio: “Vamos a recuperarlo, o algo muy poderoso va a suceder”.
Parece que la declaración surgió efecto en Panamá. Ya acordó salirse de La Franja y la Ruta, la iniciativa de financiamiento de infraestructura de China. También está claro que esta lucha geopolítica funciona como un audaz movimiento político interno: Trump está explotando “algo muy poderoso” dentro de la psique colectiva de la derecha estadounidense.
Consciente o no, está montando una nueva versión del drama político que se desarrolló hace cinco décadas, en el que el entonces outsider Ronald Reagan convirtió la oposición a la transferencia de soberanía estadounidense sobre el Canal de Panamá en combustible para sus campañas presidenciales de 1976 y 1980. Y entonces, como ahora, el problema del canal sirvió como una espada de dos filos con la que una ahora asertiva derecha, encabezada por un outsider anti-Washington, podría golpear tanto a los liberales débiles como al establishment republicano.
Trump está explotando “algo muy poderoso” dentro de la psique colectiva de la derecha estadounidense.
Es imposible comprender lo que Trump está haciendo ahora sin comprender lo que hizo Reagan en los setenta.
Es difícil sobreestimar el papel que alguna vez jugó el Canal de Panamá en la imaginación estadounidense. Durante generaciones después de que Estados Unidos completara el proyecto en 1914, los niños en las escuelas estadounidenses aprendieron que el canal era la “octava maravilla del mundo”, un portento de la ingeniería que otras naciones habían intentado y fracasado en lograr, y por lo tanto representaba el epítome del ingenio, la determinación y el sacrificio de Estados Unidos. Con un costo de 375 millones de dólares (aproximadamente 10 mil millones en la actualidad), el canal fue el proyecto de construcción más caro en la historia de Estados Unidos. Casi 6,000 personas, en su mayoría trabajadores de Barbados pero también 300 estadounidenses, perdieron la vida construyéndolo. Se le enseñó a los niños —y los adultos creyeron— que todo había valido la pena, porque al unir los océanos Atlántico y Pacífico, el canal encarnaba el legítimo ascenso de Estados Unidos a la preeminencia mundial.
Sin embargo, el orgullo estadounidense tenía una contraparte en el resentimiento latinoamericano por lo que los nacionalistas de la región describieron como una herida imperial sobre un país independiente. Las revueltas afuera de la Zona del Canal se convirtieron en algo habitual durante el siglo XX. Temiendo repercusiones negativas para la Guerra Fría y sintiendo punzadas de culpa imperial, republicanos y demócratas comenzaron a creer que sería más prudente aliviar los sentimientos heridos de América Latina que insistir en las prerrogativas de EE.UU.
El presidente demócrata Lyndon Johnson abrió negociaciones para ceder la soberanía estadounidense sobre el canal a Panamá, manteniendo el derecho a defenderlo en caso de un ataque. Esta fue una estrategia que continuaron sus sucesores republicanos, Richard Nixon y Gerald Ford. En junio de 1975, dos meses después de la caída de Saigón, el Secretario de Estado Henry Kissinger advirtió a Ford de una “Situación tipo Vietnam” en América Latina si las negociaciones sobre el canal no avanzaban.
El Secretario de Estado Henry Kissinger advirtió a Ford de una “Situación tipo Vietnam” en América Latina si las negociaciones sobre el canal no avanzaban.
Cuando Reagan anunció su improbable desafío a Ford por la nominación presidencial republicana en noviembre, no mencionó el Canal de Panamá. No obstante, para marzo de 1976, después de haber perdido cinco elecciones primarias seguidas, que su campaña quebrara y su esposa Nancy comenzara a instarlo a que la abandonara, Reagan notó que la línea de su discurso sobre el canal siempre parecía detonar fuertes aplausos. “Nosotros lo compramos. Nosotros lo construimos. ¡Es nuestro!”
En un país que tambaleaba tras su humillante derrota en Vietnam, la apelación de Reagan a un pasado glorioso en Panamá resonó. Prosiguió a ganar las elecciones primarias de Carolina del Norte, arrasó con los 96 delegados de Texas y, en el transcurso de tres días, ganó contiendas en Alabama, Georgia e Indiana.
Para mayo de 1976, Reagan de hecho lideró el conteo de delegados. Aunque finalmente perdió por poco ante Ford en la convención republicana ese verano, emergió como la estrella indiscutible del partido después de que Ford perdiera ante Jimmy Carter en noviembre. Si Reagan no hubiera aprovechado el enojo que muchos estadounidenses sentían por el “regalo” del Canal de Panamá, si no hubiera expresado su indignación por lo humillante de que Estados Unidos se viera obligado a rebajarse ante un país como Panamá, es probable que su carrera política hubiera terminado antes de la convención.
Como presidente, Carter buscó los Tratados del Canal de Panamá que entregaron tanto la vía fluvial como la zona de 10 millas de ancho a su alrededor a Panamá, si bien gradualmente durante un período de años. Los activistas republicanos conservadores, sin embargo, aprendiendo de la campaña de Reagan de 1976, hicieron de la oposición a los tratados una pieza central de las elecciones intermedias de 1978 —el año en que el Senado los ratificó. Y lo volvieron a hacer en 1980, cuando Reagan ganó la Casa Blanca y los republicanos retomaron la cámara superior por primera vez desde 1955.
“En cada una de las campañas dirigidas… cuando preguntamos, ‘¿Cuál es el mayor fracaso?’ el Canal de Panamá aparece como el número uno o dos”, dijo Terry Dolan, uno de los activistas conservadores más importantes, a un periódico en Idaho, donde el tema ayudó al rival republicano Steve Symms a vencer al incondicional demócrata liberal Frank Church. Según el reportero político del New York Times Adam Clymer, “al menos cinco” de la docena de senadores demócratas que perdieron sus escaños ese año fueron derrotados en parte debido a su apoyo a los tratados del canal.
La amenaza de Trump de tomar el canal se asemeja inquietantemente a la oposición de Reagan a “regalarlo”. En ambos casos, los medios de comunicación y las élites de la política exterior no lograron comprender la prominencia política de un tema que consideraban marginal y ambiguo.
Los medios de comunicación y las élites de la política exterior no lograron comprender la prominencia política de un tema que consideraban marginal y ambiguo.
“Los expertos de Washington tenían la opinión opuesta” , recordó el asesor de Reagan, Peter Hannaford, sobre la cruzada del canal de su ex jefe, “que cualquiera que esté en contra de esto es un troglodita”. Esas palabras pudieron haberse escrito sobre Trump y sus seguidores hoy.
Al igual que el movimiento de Trump en general, la oposición de la derecha a los tratados del canal fue una causa popular, populista y antisistema. “Nuestra fuerza no está en Washington”, presumió en 1977 el conservador y activista de la mercadotecnia directa Richard Viguerie, quien recaudó millones de dólares a partir de la cuestión del canal. “Nuestra fortaleza está en Peoria, Oshkosh y White River Falls”. Un líder del movimiento dijo que el debate sobre el canal era “una excelente oportunidad para tomar el control del Partido Republicano”, estableciendo la posición de cada senador sobre los tratados como una prueba decisiva de su pureza ideológica.
El paralelismo más fuerte entre el abordaje de Trump y Reagan respecto al Canal de Panamá es que ambos enmarcaron el tema como un asunto de renovación nacional frente al declive, simbolizado por la pérdida de control sobre la vía fluvial. Desde la construcción del canal, el debate sobre su propiedad nunca ha sido exclusivamente sobre los usos prácticos del canal, sino también sobre la naturaleza del rol de Estados Unidos en el mundo. Tanto para Reagan como para Trump, Estados Unidos es demasiado grandioso para dejar que pequeños países insignificantes le den órdenes.
También un factor en su pensamiento: la necesidad de enviar una señal de fortaleza a las grandes potencias distantes, la Unión Soviética para Reagan y en el caso de Trump, China, que considera ha recibido privilegios especiales por parte de los operadores panameños de la vía fluvial.
El eje temático de la candidatura de Trump en 2016 fue el enojo por el hecho de que Estados Unidos estuviera siendo “estafado” por otros países. Cuarenta años antes, lamentando las concesiones propuestas a un régimen militar liderado por el general de izquierda Omar Torrijos, Reagan declaró que Estados Unidos “debería decirle al dictador de pacotilla de Panamá exactamente lo que puede hacer con sus demandas de soberanía sobre la Zona del Canal”. Fue una versión B15 de la forma en que Trump expresa su desprecio por ciertos líderes extranjeros.
La búsqueda del dominio sobre el Canal de Panamá es un ejemplo clásico de lo que Walter Russell Mead denomina la escuela jacksoniana de pensamiento de política exterior estadounidense, una mezcla ideológica de nacionalismo desvergonzado, sospecha de las élites, escepticismo del orden mundial liberal y desdén por la opinión global. El daño a la reputación que infligiría el continuo control estadounidense sobre el canal —según expertos en política exterior— no molestaba a Reagan, y ni una protesta internacional mucho más feroz ha impedido que Trump se niegue a descartar una acción militar para recuperarlo.
La búsqueda del dominio sobre el Canal de Panamá es un ejemplo clásico de lo que Walter Russell Mead denomina la escuela jacksoniana de pensamiento de política exterior estadounidense.
Es posible que Donald Trump no conozca la historia de cómo el tema del Canal de Panamá impulsó el surgimiento del movimiento conservador moderno. Pero capta instintivamente, mejor que nadie, las emociones que despierta dentro de la psique estadounidense, y cómo convertirlas en energía política.
*James Kirchick es periodista, autor de Secret City: The Hidden History of Gay Washington y del libro The End of Europe: Dictators, Demagogues, and the Coming Dark Age. Ha informado desde más de 40 países y sus escritos se han publicado en el New York Times, el Washington Post y el Wall Street Journal. Su sitio web es https://jameskirchick.com
El texto original en inglés fue publicado en The Free Press el 2 de marzo de 2025 y puede consultarse en el siguiente link: https://www.thefp.com/p/trump-panama-canal-reagan-carter-china
Por James Kirchick*

La carrera política de Reagan estaba tambaleándose hasta que se apropió de este tema. “Nosotros lo compramos. Nosotros lo construimos. ¡Es nuestro!” Ahora, el presidente está reviviendo su argumento.
Incluso después de que habló de ello en su discurso inaugural, los expertos en política exterior seguían dudando si debían tomar en serio la obsesión del presidente Trump con el Canal de Panamá. Ahora que su secretario de Estado, Marco Rubio, acaba de exigir “cambios inmediatos” en el canal, ya nadie se está riendo —al menos nadie debería hacerlo.
La fuente aparente de la preocupación de Trump es que, como dijo en su discurso, “China está operando el Canal de Panamá, y nosotros no se lo dimos a China”.
Es cierto que una empresa con sede en Hong Kong opera puertos en los extremos Atlántico y Pacífico de la vía fluvial. Esto le da a China un asidero que los autores del tratado para ceder el canal a Panamá nunca contemplaron. Pero no es lo mismo que “estar operando” el canal; eso lo hace la Autoridad del Canal de Panamá, un organismo autónomo.
Si la posición de la empresa de Hong Kong crea una palanca que China podría usar contra los EE.UU. es, sin embargo, un asunto debatible. Lo que no es debatible es la creencia de Trump en que podría serlo. Como repitió tras la visita de Rubio: “Vamos a recuperarlo, o algo muy poderoso va a suceder”.
Parece que la declaración surgió efecto en Panamá. Ya acordó salirse de La Franja y la Ruta, la iniciativa de financiamiento de infraestructura de China. También está claro que esta lucha geopolítica funciona como un audaz movimiento político interno: Trump está explotando “algo muy poderoso” dentro de la psique colectiva de la derecha estadounidense.
Consciente o no, está montando una nueva versión del drama político que se desarrolló hace cinco décadas, en el que el entonces outsider Ronald Reagan convirtió la oposición a la transferencia de soberanía estadounidense sobre el Canal de Panamá en combustible para sus campañas presidenciales de 1976 y 1980. Y entonces, como ahora, el problema del canal sirvió como una espada de dos filos con la que una ahora asertiva derecha, encabezada por un outsider anti-Washington, podría golpear tanto a los liberales débiles como al establishment republicano.
Trump está explotando “algo muy poderoso” dentro de la psique colectiva de la derecha estadounidense.
Es imposible comprender lo que Trump está haciendo ahora sin comprender lo que hizo Reagan en los setenta.
Es difícil sobreestimar el papel que alguna vez jugó el Canal de Panamá en la imaginación estadounidense. Durante generaciones después de que Estados Unidos completara el proyecto en 1914, los niños en las escuelas estadounidenses aprendieron que el canal era la «octava maravilla del mundo», un portento de la ingeniería que otras naciones habían intentado y fracasado en lograr, y por lo tanto representaba el epítome del ingenio, la determinación y el sacrificio de Estados Unidos. Con un costo de 375 millones de dólares (aproximadamente 10 mil millones en la actualidad), el canal fue el proyecto de construcción más caro en la historia de Estados Unidos. Casi 6,000 personas, en su mayoría trabajadores de Barbados pero también 300 estadounidenses, perdieron la vida construyéndolo. Se le enseñó a los niños —y los adultos creyeron— que todo había valido la pena, porque al unir los océanos Atlántico y Pacífico, el canal encarnaba el legítimo ascenso de Estados Unidos a la preeminencia mundial.
Sin embargo, el orgullo estadounidense tenía una contraparte en el resentimiento latinoamericano por lo que los nacionalistas de la región describieron como una herida imperial sobre un país independiente. Las revueltas afuera de la Zona del Canal se convirtieron en algo habitual durante el siglo XX. Temiendo repercusiones negativas para la Guerra Fría y sintiendo punzadas de culpa imperial, republicanos y demócratas comenzaron a creer que sería más prudente aliviar los sentimientos heridos de América Latina que insistir en las prerrogativas de EE.UU.
El presidente demócrata Lyndon Johnson abrió negociaciones para ceder la soberanía estadounidense sobre el canal a Panamá, manteniendo el derecho a defenderlo en caso de un ataque. Esta fue una estrategia que continuaron sus sucesores republicanos, Richard Nixon y Gerald Ford. En junio de 1975, dos meses después de la caída de Saigón, el Secretario de Estado Henry Kissinger advirtió a Ford de una “Situación tipo Vietnam” en América Latina si las negociaciones sobre el canal no avanzaban.
El Secretario de Estado Henry Kissinger advirtió a Ford de una “Situación tipo Vietnam” en América Latina si las negociaciones sobre el canal no avanzaban.
Cuando Reagan anunció su improbable desafío a Ford por la nominación presidencial republicana en noviembre, no mencionó el Canal de Panamá. No obstante, para marzo de 1976, después de haber perdido cinco elecciones primarias seguidas, que su campaña quebrara y su esposa Nancy comenzara a instarlo a que la abandonara, Reagan notó que la línea de su discurso sobre el canal siempre parecía detonar fuertes aplausos. “Nosotros lo compramos. Nosotros lo construimos. ¡Es nuestro!”
En un país que tambaleaba tras su humillante derrota en Vietnam, la apelación de Reagan a un pasado glorioso en Panamá resonó. Prosiguió a ganar las elecciones primarias de Carolina del Norte, arrasó con los 96 delegados de Texas y, en el transcurso de tres días, ganó contiendas en Alabama, Georgia e Indiana.
Para mayo de 1976, Reagan de hecho lideró el conteo de delegados. Aunque finalmente perdió por poco ante Ford en la convención republicana ese verano, emergió como la estrella indiscutible del partido después de que Ford perdiera ante Jimmy Carter en noviembre. Si Reagan no hubiera aprovechado el enojo que muchos estadounidenses sentían por el “regalo” del Canal de Panamá, si no hubiera expresado su indignación por lo humillante de que Estados Unidos se viera obligado a rebajarse ante un país como Panamá, es probable que su carrera política hubiera terminado antes de la convención.
Como presidente, Carter buscó los Tratados del Canal de Panamá que entregaron tanto la vía fluvial como la zona de 10 millas de ancho a su alrededor a Panamá, si bien gradualmente durante un período de años. Los activistas republicanos conservadores, sin embargo, aprendiendo de la campaña de Reagan de 1976, hicieron de la oposición a los tratados una pieza central de las elecciones intermedias de 1978 —el año en que el Senado los ratificó. Y lo volvieron a hacer en 1980, cuando Reagan ganó la Casa Blanca y los republicanos retomaron la cámara superior por primera vez desde 1955.
“En cada una de las campañas dirigidas… cuando preguntamos, ‘¿Cuál es el mayor fracaso?’ el Canal de Panamá aparece como el número uno o dos” , dijo Terry Dolan, uno de los activistas conservadores más importantes, a un periódico en Idaho, donde el tema ayudó al rival republicano Steve Symms a vencer al incondicional demócrata liberal Frank Church. Según el reportero político del New York Times Adam Clymer, “al menos cinco” de la docena de senadores demócratas que perdieron sus escaños ese año fueron derrotados en parte debido a su apoyo a los tratados del canal.
La amenaza de Trump de tomar el canal se asemeja inquietantemente a la oposición de Reagan a “regalarlo”. En ambos casos, los medios de comunicación y las élites de la política exterior no lograron comprender la prominencia política de un tema que consideraban marginal y ambiguo.
Los medios de comunicación y las élites de la política exterior no lograron comprender la prominencia política de un tema que consideraban marginal y ambiguo.
“Los expertos de Washington tenían la opinión opuesta” , recordó el asesor de Reagan, Peter Hannaford, sobre la cruzada del canal de su ex jefe, “que cualquiera que esté en contra de esto es un troglodita”. Esas palabras pudieron haberse escrito sobre Trump y sus seguidores hoy.
Al igual que el movimiento de Trump en general, la oposición de la derecha a los tratados del canal fue una causa popular, populista y antisistema. “Nuestra fuerza no está en Washington”, presumió en 1977 el conservador y activista de la mercadotecnia directa Richard Viguerie, quien recaudó millones de dólares a partir de la cuestión del canal. “Nuestra fortaleza está en Peoria, Oshkosh y White River Falls”. Un líder del movimiento dijo que el debate sobre el canal era “una excelente oportunidad para tomar el control del Partido Republicano”, estableciendo la posición de cada senador sobre los tratados como una prueba decisiva de su pureza ideológica.
El paralelismo más fuerte entre el abordaje de Trump y Reagan respecto al Canal de Panamá es que ambos enmarcaron el tema como un asunto de renovación nacional frente al declive, simbolizado por la pérdida de control sobre la vía fluvial. Desde la construcción del canal, el debate sobre su propiedad nunca ha sido exclusivamente sobre los usos prácticos del canal, sino también sobre la naturaleza del rol de Estados Unidos en el mundo. Tanto para Reagan como para Trump, Estados Unidos es demasiado grandioso para dejar que pequeños países insignificantes le den órdenes.
También un factor en su pensamiento: la necesidad de enviar una señal de fortaleza a las grandes potencias distantes, la Unión Soviética para Reagan y en el caso de Trump, China, que considera ha recibido privilegios especiales por parte de los operadores panameños de la vía fluvial.
El eje temático de la candidatura de Trump en 2016 fue el enojo por el hecho de que Estados Unidos estuviera siendo “estafado” por otros países. Cuarenta años antes, lamentando las concesiones propuestas a un régimen militar liderado por el general de izquierda Omar Torrijos, Reagan declaró que Estados Unidos “debería decirle al dictador de pacotilla de Panamá exactamente lo que puede hacer con sus demandas de soberanía sobre la Zona del Canal”. Fue una versión B15 de la forma en que Trump expresa su desprecio por ciertos líderes extranjeros.
La búsqueda del dominio sobre el Canal de Panamá es un ejemplo clásico de lo que Walter Russell Mead denomina la escuela jacksoniana de pensamiento de política exterior estadounidense, una mezcla ideológica de nacionalismo desvergonzado, sospecha de las élites, escepticismo del orden mundial liberal y desdén por la opinión global. El daño a la reputación que infligiría el continuo control estadounidense sobre el canal —según expertos en política exterior— no molestaba a Reagan, y ni una protesta internacional mucho más feroz ha impedido que Trump se niegue a descartar una acción militar para recuperarlo.
La búsqueda del dominio sobre el Canal de Panamá es un ejemplo clásico de lo que Walter Russell Mead denomina la escuela jacksoniana de pensamiento de política exterior estadounidense.
Es posible que Donald Trump no conozca la historia de cómo el tema del Canal de Panamá impulsó el surgimiento del movimiento conservador moderno. Pero capta instintivamente, mejor que nadie, las emociones que despierta dentro de la psique estadounidense, y cómo convertirlas en energía política.
*James Kirchick es periodista, autor de Secret City: The Hidden History of Gay Washington y del libro The End of Europe: Dictators, Demagogues, and the Coming Dark Age. Ha informado desde más de 40 países y sus escritos se han publicado en el New York Times, el Washington Post y el Wall Street Journal. Su sitio web es https://jameskirchick.com
El texto original en inglés fue publicado en The Free Press el 2 de marzo de 2025 y puede consultarse en el siguiente link: https://www.thefp.com/p/trump-panama-canal-reagan-carter-china